Comunicación o espejismo, los secretos de la comunicación

Esta semana te invito a reflexionar sobre este apasionante tema de la mano de Andrés Ariza.

Hoy quiero enfocarme en la importancia del receptor.  

Para que suceda un acto comunicativo necesitamos de un emisor, un mensaje y un receptor. Este principio es básico y nos pone ya tres patas a la silla, pero para no caernos de ella necesitamos la cuarta pata, que sería la utilización de un código que sea comprendido tanto por el emisor como por el receptor. Un código común. En lo tocante a nuestro tema podríamos dividir ese código en tres aspectos, palabra, gesto y emoción. Necesitamos que el lenguaje verbal sea común, que la gestualidad esté acorde con la palabra y que las emociones que acompañen tanto a gesto como a palabra sean coherentes con lo que estamos contando en cada momento.  

Si nos enfocamos en estas cuatro patas de la silla estaremos generando el sostén necesario para el acto comunicativo. Con solo este concepto lógico y sencillo estaremos centrados en lo importante, en pulir y poner toda nuestra intención para que este acto sea fluido, comprensible y llamativo. Estaremos enfocados en trasmitir el mensaje. Y, quitando de lado los fuegos artificiales que nos enredan en ser más importantes nosotros que el mensaje, quedará la esencia de lo que es querer ser un buen comunicador. 

Y he aquí la pregunta ¿Quieres ser tú el que brilla o quieres que brille tu mensaje? Por supuesto que querer brillar no es algo juzgable pero no debería ser el impulso que marque tu entrada en este mundo de la comunicación. Es más, sucede no en pocas ocasiones, que estamos tan pendientes de brillar nosotros que nos olvidamos de las personas a las que va enfocado nuestro discurso. A eso me refiero con los fuegos artificiales.  

Pero, que sencillo es el viaje del aprendizaje cuando tenemos claro que somos una herramienta necesaria para que al otro le lleguen los conceptos que queremos transmitir. Somos un transmisor. 

Pensemos que nuestro receptor y yo no tenemos un código común, que no hablamos el mismo idioma, por ejemplo. Es ahí, cuando tenemos una dificultad, cuando nuestra intención crece y ponemos todos nuestros recursos a trabajar para hacer comprensible la información que queremos transmitir. Dejamos de pensar en nosotros y empezamos a pensar en el receptor. Qué bonito es eso, ponernos en un segundo plano mientras nuestra voz, nuestro cuerpo y nuestras emociones se ponen en alerta para ser lo mas finos posibles en la transmisión. 

Ya habrá tiempo para fuegos artificiales y el humo que dejan tras de si, para aprender debemos empezar por la definición básica. Debemos enfocarnos en lo sencillo, que, por requerir a veces de más trabajo, queda olvidado en pos del espejismo.  

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