Hace ya más de tres años que dejé de cocinar comercialmente y durante este período, y algunos años antes, siempre había una cuestión que me causaba cierta desazón.

La cuestión era el amor por la cocina y la pasión por el trabajo, dicho así suena realmente poético.

¿Pero qué hay detrás?

En estos tres años he ido cogiendo perspectiva y esa duda o desazón ha ido haciéndose cada vez más grande.

Como digo siempre esta es una visión personal y profesional del tema en cuestión, nunca un dogma ni algo que tenga que ser tomado en cuenta.

La respuesta para mí es que detrás hay una gran mentira, ¿Quién puede amar el acto de cocinar profesionalmente? Una acto mecánico y repetitivo, un acto de estandarización de las ejecuciones y, por consiguiente ¿quién puede amar la cocina profesional?, más allá de la satisfacción por el trabajo bien hecho y la consiguiente dosis de satisfacción para el ego.

Creo que se confunde esa satisfacción por el trabajo, la adrenalina del momento del servicio y la dopamina y serotonina del final del día cuando todo sale bien, con la pasión y el amor que como su definición dice:

PASIÓN: Sentimiento vehemente, capaz de dominar la voluntad y perturbar la razón, como el amor, el odio, los celos o la ira intensos.

AMOR: Sentimiento de vivo afecto e inclinación hacia una persona o cosa a la que se le desea todo lo bueno.

Confundimos el amor por la cocina con el sentimiento de satisfacción cuando se nos felicita por el trabajo bien hecho, cubrimos de amor y pasión el acto de cocinar profesionalmente para poder auto justificarnos esas jornadas de 12 horas al día 6 días a la semana.

Confundimos la pasión por la cocina con el efecto que sobre nuestro ego ejercen los aplausos y vítores que hoy en día despierta la gastronomía.

¿Sentimos amor y pasión? O ¿buscamos satisfacción y justificación?

Preguntas que quedan en el aíre, por si nos apetece pensar un poco.

Si queréis saber más sobre como entiendo la gastronomía.

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