Cómo ser un gran formador, la ley del espejo y los secretos de la comunicación

Esta semana quiero compartir contigo un increíble artículo de mi querida Mercè Roura en el que aborda un interesantísimo tema que nos atañe a todos los que nos dedicamos al mundo de la formación y a compartir conocimientos.

Pero no me enrollo más y te dejo con Mercè.

Comunicarse con otras personas es siempre mirarse al espejo. Nos pasamos la vida juzgándonos y juzgando a los demás. Les ponemos etiquetas y nos ponemos etiquetas a nosotros mismos. Sin darnos cuenta, siempre estamos poniendo en marcha un mecanismo de proyección mediante el cual nos estamos contemplando a nosotros mismos cuando miramos a otros.

En espejo es un fiel reflejo de aquello que llevamos dentro. Todos los miedos, todos los reproches acumulados, todos los errores cometidos y no reconocidos quedan expuestos ante nuestros ojos cada vez que miramos a los ojos de los demás. No los vemos a ellos, nos vemos a nosotros mismos y a todas las miserias no reconocidas que llevamos años almacenando. Los demás nos muestran siempre nuestra sombra.

El espejo no siempre te muestra lo mismo que está en ti, a veces te muestra lo contrario, lo que anhelas, lo que buscas, lo que no consigues alcanzar, lo que envidias y acabas odiando en otros porque es de lo que careces o crees carecer.

Nos encontramos a nosotros mismos detestando esa persona tiene algo que nosotros no tenemos o que hace algo que nosotros no nos atrevemos a hacer. A menudo, nos resulta muy molesta en otros la libertad de la que nosotros nos privamos.

Otras veces, el espejo es totalmente directo y nos muestra una copia exacta de nosotros mismos. Nos descubrimos encontrando odiosa a esa persona exigente y calculadora, nos molesta su forma de hablar, las palabras que usa, su lenguaje corporal, su forma de moverse, nos molesta todo en ella porque nos recuerda a nosotros mismos. Porque nos hace ver lo calculadores y exigentes que somos sin darnos cuenta…

Contemplarse en otros es doloroso, a veces, por ello, a menudo preferimos culpar y no mirar, cerrarnos en banda y decidir que todo el mundo está equivocado y nosotros tenemos la razón.

La relación que tenemos con los demás, cuando nos comunicamos, es una maravillosa oportunidad para conocernos a nosotros mismos y ver lo que no vemos o no queremos ver. Además, es algo primordial a tener en cuenta, no solo si somos formadores y nos dedicamos a la comunicación, es una información vital para cualquier persona se relaciona con otras personas y quiere gestionar sus emociones y aprender a usar la empatía.

Es vital ser consciente de lo importante que es atreverse a mirar al espejo y en lugar de censurarlo, criticarlo, incluso intentar destruirlo, tomar nota de lo que vemos cómo propio y aprender a no reaccionar, si no a usarlo para conocernos mejor y aceptarnos.

Lo importante que es en un aula, sea presencial o virtual, darse cuenta que cuando un alumno nos resulta molesto por su actitud o parece que nos cuestiona, en realidad lo que estamos viendo es nuestra propia inseguridad, nuestro miedo a no dar la talla y nuestra necesidad de conocernos todavía mejor. Si en lugar de ponerle una etiqueta al alumno (ya está en pesado, el “sabelotodo” de turno) y de reaccionar a la defensiva, nos damos cuenta de este mecanismo que hemos activado, no solamente podremos ofrecer una respuesta adecuada al alumno, sino que habremos dado un paso importante para afrontar nuestros miedos y superar nuestras inseguridades como profesionales y como personas.

Tiene que quedar claro que el hecho de que el espejo nos muestre como somos cuando lo que vemos nos molesta no implica que los demás están exentos de responsabilidad en sus actos y actitudes. El alumno que refleja nuestro síndrome del impostor, puede también estar reflejándose en nosotros ya estás viendo nuestros miedos. Con esto quiero decir que a veces vemos una ofensa donde no la hay, porque vamos por la vida sintiéndonos víctima de todo o inseguros y otras veces esa persona realmente nos está intentando ofender. Sin embargo, eso no anula para nada que podamos usar el espejo para aprender de él, es decir, nosotros mismos reflejados en él. Y luego, podemos decidir si esa persona es una buena compañía o no en nuestra vida y restringir o no la relación.

Eso nos ayuda a respetar a todas las personas con las que compartimos el camino, lo cual significa respetarnos a nosotros mismos.

Por eso el maestro, el formador, un comunicador, cuando es capaz de usar la inteligencia emocional, aprender a gestionar lo que siente y a darse cuenta de lo que proyecta, no solamente pone en marcha su máximo potencial como profesional, sino que a mí lo hace como ser humano.

No solo aprende conocimientos técnicos de sus alumnos porque al cuestionarle le hacen ir más allá de lo habitual y aprender, sino que aprende relacionarse con él mismo y con las personas que le rodean.

Si en lugar de culpar al otro por lo que nos molesta, somos capaces de ver lo mucho que hay de nosotros en él, no solo evitamos el mal rato de sentirnos ofendidos y reaccionar, sino que estamos usando una situación adversa para dar un salto cualitativo en todos los sentidos.

Este trabajo interno de observación, gestión emocional y autoconocimiento nos lleva al desarrollo de la empatía y a ser capaces de ponernos en la piel de otras personas. Nos lleva a poder despojarnos de creencias limitantes y prejuicios durante la comunicación y relación con otras personas. Nos permite conectar con ellas y que sepan que las escuchamos, que nos importan, que podemos aprender de ellas y aportarles algo valioso.

Esa transacción intangible es al que nos lleva a ser grandes comunicadores.

Porque los demás no solo nos muestran nuestra sombra, también nos muestran nuestra luz.