Comunica desde el amor, los secretos de la comunicación

Aquí de dejo otro gran texto de mi hermano Andrés Ariza Abad, una persona de la que aprender.

El amor en la comunicación. 

Son la 15:30 de un sábado a principios de los años 80. Soy un niño pequeño, lo suficiente para estar en ese momento donde el reloj corre más despacio, los minutos parecen horas y los veranos una vida entera. Me dispongo a dormir la siesta en casa de mi abuela, esa cocinera perfecta que, antes de la depresión que hundió poco a poco su vida, cantaba en la cocina mientras el calor arropaba la felicidad de sentirme seguro, tranquilo, una sensación de plenitud que nunca más alcancé de la misma manera. 

El recuerdo es idílico y lo atesoro desde la distancia. No quiero acercarme lo suficiente para que mi mente de hoy encuentre los detalles, que seguro los hay, que enturbien los recuerdos y empañen la narrativa perfecta de ese momento. No quiero pensar en los maltratos que sufrió ni en esos ojos que a veces se perdían en el vacío, preludio de la enfermedad que sufrió después. 

Le pido a mi abuela que me cuente un cuento. Un cuento para dormir, ese es el trato. La habitación está en penumbra, entran unos rayos de sol filtrados entre las rendijas de la persiana. No hay ruidos en la calle, el tiempo se ha detenido milagrosamente.  

Son cuentos clásicos, de los de toda la vida. Me los se, no es la primera vez que los oigo, pero eso da exactamente igual. Podría recitarme la lista de la compra y caería rendido ante la suave y melosa voz de mi abuela. Sus inflexiones de voz, la melodía interna que acompaña las palabras, el sonido que hacen sus labios al separarse cuando inicia una nueva frase. Es un evento único, irrepetible y yo soy el único espectador. 

Mi abuela pone toda su intención. Interpreta con una exquisita sutileza cada uno de los personajes, con esa sonrisa que asoma entre las pecas de su cara blanca como el nácar, pecas que el verano acrecienta y genera mapas insondables sobre su piel.  

Quiero quedarme aquí, no quiero dormirme y descubrir al despertar que tengo 43 años y ella ya no está para contarme un cuento. Un cuento para que todo vuelva a tener sentido.  

Mi abuela no tenía técnica. Mi abuela no sabía de tips o de hacks. No había estudiado en una escuela de arte dramático ni había recibido clases de oratoria. Pero, ahora lo sé, todo lo que decía se alojaba en el tiempo perfecto, jugando con las pausas como una maga de la incertidumbre. Divirtiéndose con las palabras como si se mecieran sobre una ola del mar de humor cambiante, pero que al llegar a la orilla rompe con la calidez de quien solo quiere refrescarte en un caluroso día de verano. 

Todos esos recursos provenían del amor. De estar completamente enfocada en que cada palabra llegara a mí de la forma más bonita y cristalina posible. Toda su intención estaba puesta en el único espectador que en ese momento escuchaba su cuento mecido por el batir de las palabras.  

Cuando descubres que la comunicación es un acto de entrega ya has puesto el motor en marcha. Has dado el paso más importante que puede hacer de ti un gran comunicador. Abraza ese trabajo desde la humildad de quien se pone en un segundo plano y comprende que, en la persona que te escucha se alojan todos los secretos para hacerte crecer como nunca antes lo habías hecho.  

He despertado del cuento, ya soy mayor y me he enredado en la telaraña de la importancia. Los rayos de sol filtrados por las persianas ahora son focos en el escenario, el silencio es una pantalla de ordenador que se rompe con las toses desde el patio de butacas, el sonido del plástico que envuelve un caramelo o la alarma de un móvil que alguien olvidó apagar. Pero nunca olvidaré que alguien puso todo su empeño en contarme el mejor cuento del mundo. 

 No olvido que alguien me enseñó que no existe el error cuando te entregas a corazón abierto. 

No olvido que alguien me enseñó que la magia de las palabras existe y se aloja en la comunión perfecta entre intención y emoción.  

Todos tenemos un cuento que contar y un niño que espera con avidez que se lo cuenten.