Hace ya más de tres años que dejé de cocinar comercialmente en un restaurante, fue una decisión más impulsiva (como casi todo en mí vida) que meditada, pero que giraba en torno a un cambio de paradigma en mi forma de relacionarme con mi entorno.

En las siguientes líneas intentaré explicar ese por qué.

Hoy en día, el trabajar en un restaurante choca frontalmente con dos de mis creencias. Estas creencias han ido forjando la forma en la que actualmente me relaciono con mi profesión.

La primera es que en estos momentos el único bien limitado que poseo es el tiempo y para mí el tiempo es innegociable, es lo único que le das o dedicas a algo, y que jamás podrás recuperar. Con los años he ido aprendiendo que este bien tan preciado debe de estar perfectamente gestionado. Con ello no quiero decir que no le dedique tiempo a cocinar, cosa la cual me gusta, pero sí que decido cómo dedicárselo. Hoy en día casi todo el tiempo que dedico a cocinar lo hago desde la formación compartiendo mis experiencias y conocimientos de estos últimos 25 años.

La segunda es que mi Ikigai (Ikigai es un término de origen japonés que no tiene una traducción exacta al español, aunque se le atribuye un significado sumamente especial: “Tener una razón para vivir”) el propósito en mi vida o mi misión es poner en valor el entorno que me rodea y a las personas que lo conforman.

Lo único relevante de todo lo que un ser humano puede hacer, es lo que haga para hacer de su entorno un lugar mejor.

Estos dos parámetros que hoy en día rigen mi vida chocan frontalmente con poder trabajar en un restaurante ejerciendo de cocinero, ya que es un trabajo que requiere de una dedicación en exclusiva y de un esfuerzo sobrehumano en muchas ocasiones.

Mi más sincera enhorabuena a todos los que cada día os ponéis el uniforme y os metéis en la cocina a dar lo mejor de vosotros.

Si quieres saber más de cómo entiendo mi entorno puedes leerlo aquí.

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